18 de agosto de 2010

El país de las últimas cosas


Cuelgo algo que acabo de publicar en mi otro blog que escribí hoy y creo que la temática puede corresponder a ambos espacios. Así que como no podía decidirme por uno sólo cuelgo aquí también a la criatura.

Acabo de terminar de leer “el país de las últimas cosas”, de Auster y he sentido la necesidad insostenible de ponerme a escribir sobre él. Me habían hablado muy bien del escritor. Pero no era nada comparado con la realidad. Supera con creces las expectativas. Su forma de relatar la miseria y la desesperación me han sacudido. Los experimentos que propone en su novela consiguen introducirte en un mundo devastado. Deja a tu elección las causas del desastre pero cuenta con una maestría arrolladora las consecuencias. Se desdobla para narrar las desgracias particulares de los personajes que van apareciendo a lo largo de toda la obra, presentándolos de forma impersonal a la vez que profunda. No da detalles sobre el aspecto de su protagonista, Anna pero consigue te sientas parte de ella. El estado en que se encuentra la ciudad escenario de la acción puede parecer un mundo abstracto y hiperbólico de lo que podría ocurrir en un futuro no muy lejano. Pero si nos paramos a reflexionar en la idea de la metrópolis post-apocalíptica nos damos cuenta que en al mundo actual hay ciudades que no difieren demasiado del modelo que nos presenta la novela. Asesinatos, muertes, robos, mafias, suicidios, mercado negro, mendigos. Son solo algunos elementos más de la realidad que envuelve a los personajes. Conviven en una cotidianidad insostenible que se traduce en la rutina de la supervivencia. Sin más, con el destino incierto de no saber que ocurrirá mañana, pero con la certeza de que serán capaces de lograr sobrellevar lo que venga, con el único deseo de subsistir un día más.


Sin embargo no es complicado extrapolar la situación y compararla con el estado en el que se encuentran algunas zonas a día de hoy. Partes de África, Asia o América Latina pueden convertirse en ejemplos actuales de metrópolis enteras desestructuradas, a merced de su propia suerte. La inseguridad es el pan de cada día para miles y miles de personas. Puedes poner nombre a esas masas recordando a los que se apiñan bajo lonas de plásticos en Haití, meses después de la desgracia (aunque su situación no era muy distinta antes). Puedes acordarte de los ciudadanos de Corea del Norte, oprimidos por el fanatismo y la desinformación. También puedes pararte a recordar los millones que se cobijan en los campos de refugiados que invaden en hemisferio sur. Pero son imágenes lejanas, imprecisas y difusas. Fantasía al fin y al cabo, como las historias de Auster.

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