2 de septiembre de 2011

El desencanto


No digas estupideces, ni las pienses, no las escribas, no te las guardes para luego. Trágate cualquier cosa si no es aquello que esperan oír.

Nos educaron para que diésemos por hecho que nuestro futuro estaba atado y bien atado; asegurado y blindado, como las puertas de las casas a las que entran a robar. Sencillo y abundante, solo con necesidades consumistas y materiales fáciles de suplir a diario, creíamos. La globalización y las economías a (gran) escala habían solucionado el presente, ¿por qué no también el futuro? Pues básicamente porque todo cambia y nada permanece. Los actos y procesos se suceden en todas partes y nada podemos hacer por cambiarlo. Con suerte logramos reducir el daño actuando con sentido común.

Por fin nos damos cuenta de que el capitalismo y la cultura de masas planetaria plantean algunas dudas, que tal vez no sean la forma perfecta de avanzar y crecer hacia una equidad sostenible y real que se pueda exportar universalmente.



Pero es confuso, nadie conoce el camino correcto pero todos lo predican. Algunos se aproximan al menos equivocado, pero todos se dan contra muros de hormigón o entre ellos mismos al intentar imponerlo. Dar palos de ciegos, renunciar a la cooperación por el triunfo personal, eso en mi pueblo se llamaba egoísmo.

Somos como el que no sabe lo que busca pero lo cerca con fuerza y determinación en una enorme habitación a oscuras en la que no ha estado nunca y en la que ningún interruptor funciona.


Pero el pesimismo no va de la mano de los cambios, aún puede existir un pequeño éxodo lejano del fracaso absoluto, una ceniza casi apagada de esperanzas capaz de brillar unos segundos más antes de ser barrida por la brisa del tiempo convertida en polvo. Me pregunto a diario que es lo que mantiene todavía vivas las ganas de luchar por un objetivo desdibujado por los medios, los intereses y por nosotros mismos. ¿Cuál es el motivo si parece estar todo perdido? ¿Qué nos hace creer que podemos vencer a un ejército de gigantes siendo nosotros pequeños, casi mudos y desarmados?

Desarmados voluntariamente en realidad, suena duro, pero es cierto, la verdad siempre duele. Si lo piensas bien descubres que la suma de todos es lo que otorga el poder a las élites ajenas. Ingresamos el dinero en sus bancos, compramos sus marcas y productos, trabajamos en sus empresas, les pedimos préstamos financiados con nuestros propios ingresos y esfuerzo. ¿Por qué? Después de cavar todos juntos nuestras tumbas y fabricar sus tronos, ¿con qué derecho nos quejamos de la realidad que les hemos facilitado día tras día desde que el mundo es mundo?

Dinero, capital, ambición. Aunque no nos muramos de hambre tampoco moriremos empachados.