Sabemos que no solo
duelen los golpes y sabemos que el 25 de noviembre no debería existir. No
deberían existir la persecucción, el acoso y el ataque sistemático -verbal y
no verbal- a la mitad de la población mundial solo por el hecho de ser
mujer.
Las histéricas, las
locas del coño, las feminazis y todas aquellas caricaturas que (nos) habéis
inventado no podemos más, y el decir basta es lo que nos hará más y más
fuertes. A cada día que pasa. Reaccionar, estar alerta y tejer una red de
solidaridad que demuestre día a día que nadie está sola.
Hace unos años me
consideraba feminista, aunque mi visión del feminismo fuese mucho más plana y
buenista de lo que es ahora. Veía los asesinatos y los malos tratos en la distancia
de los periódicos, porque en mi realidad no cabía ningún tipo de violencia. Que
tontería. Poco a poco, los golpes y la curiosidad me han hecho entender que el
asesinato es la punta del iceberg, que los tentáculos del patriarcado se
extienden hasta el fondo, que el veneno machista nos infecta a diario y muchas
veces sin que nos demos cuenta.
Cuando veía el
machismo de lejos no había sido atracada por volver sola a casa ni había
soportado una relación tóxica de continuos maltratos psicológicos. Se trata de
temas que no disfruto aireando en público pero creo que al final la situación
general es tan asfixiante que no nos queda otra. El momento en que te das
cuenta de que ni estás loca ni estás sola y que a diario miles de compañeras
son humilladas y vejadas sin motivo aparente.
Este verano fui
atracada por un hombre al volver a casa a las ocho de la mañana.
Me siguió desde el
metro a mi calle.
No había bebido y
era de día.
Me agarró del cuello
por atrás y me tiró al suelo, se puso encima de mi.
Nunca en mi vida
había pasado tanto miedo.
Empezamos a
forcejear.
Estaba afónica y no
pude gritar.
Nunca supe si quería
golpearme, violarme o solo robarme el móvil.
Huyó con mi bolso
cuando pasó un transeúnte.
Hematomas y lesión
cervical en el parte médico.
Crisis de ansiedad
periódicas e inestabilidad emocional durante semanas.
Miedo irracional a
pisar sola la calle por la noche.
A día de hoy soy
incapaz de quedarme sola en casa por las noches y mucho menos a regresar de
fiesta andando. Esta historia no será considerada por ninguna estadística como
violencia de género, pero lo es. Es un ataque por el hecho de ser mujer y andar
sola por la calle. Pero nunca quedará registrado más allá de una denuncia por
hurto en el barrio de Moncloa, en Madrid. Al igual que tampoco quedarán
registradas las experiencias de pareja en las que me haya podido sentir
maltratada. No existimos, nos matan, pero parece que nadie lo ve venir. Nunca.
Porque las denuncias
falsas se vuelven un argumento incontestable cuando sabes que el machismo ha
matado a más personas desde 2003 que ETA en toda su historia. Porque la opinión
pública se empeña día tras día a reducirlo todo a un problema de ámbito
doméstico, cuando se trata de un asunto de Estado que nos atañe a todas. El mío
es un caso casi insignificante comparado con el día a día al que muchas deben
hacer frente y resistir, aguantar, tragar. Sobrevivir. Pero ya basta, no quiero
más veinticincos de noviembre con víctimas que llorar. Porque nos queremos
VIVAS.